chapa tu money entradas noviembre

Y si moría en el empeño, ¿qué importaba? Bajo los escuálidos arbustos se veían, a veces, rocas que en otros tiempos fueron muy trabajadas por el mar, llenas de oquedades. Entonces estalló una sorda ola de comentarios, una mezcla inextricable de aprobación y reproches, y el Presidente le dio la palabra a Rubén Suárez, que estaba chasqueando los dedos, loco por expresar, dijo, su desacuerdo total, completo, absoluto con la intervención de Jiménez Cardoso, porque para él la vida de Carlos había sido una lucha desesperada y a veces patética por estar a la altura de su tiempo. Carlos dio un salto y sonrió al ver que Roxana se sentaba a su lado. El punto se volteó los bolsillos. Pero muy pronto comenzaron ardientes polémicas sobre temas demasiado abstractos como para permitirle tomar partido. —El que se acostó contigo —respondió él, tranquilamente. Está borracha. De pronto, la formación comenzó a disolverse, los hombres se metían bajo los árboles, algunos intentaban cubrirse con nailons. Dio la vuelta y echó a correr. Fue hacia Jorge, que emitía extraños sonidos guturales. Alguien había hecho el favor de llamarla por teléfono y contarle: lo habían cogido en cueros en la oficina, acostado en el sofá con una puta. Dos sombras doblaron por la esquina y avanzaron haciendo eses por el centro de la calle. Cuando terminaron, media hora después, Pérfido Albión le entregó ceremoniosamente la carpeta. El chivo, calmado, lo dejó llegar. Lo mejor sucedió en el cine de Santa María de Sola, cuando Despaignes proclamó a la «Suárez Gayol» ganadora absoluta de la emulación y los macheteros del Contingente «Che Guevara» empezaron a corear: —¡O-roz-co! Él tampoco había entendido un carajo, pero la explicación de Martiatu era tan coherente, tan sólida, tan persuasiva que tal vez todo aquello fuese cierto. Brigada que se raje no tiene derecho a la emulación, a los refrigeradores, a los televisores ni a las motocicletas. La abofeteó cegado por el odio y el amor, por el deseo, pero apenas tuvo tiempo de arrepentirse. —Benny Moré también es la música. Venceremos. ¡Nelson Cano, secretario general! Las hostilidades se desarrollaron con una velocidad imprevisible. Rubén Permuy, por ejemplo, decía que era un tema divisionista, pero él sostenía que era unitario, el tema de la unidad de la revolución en Cristo. Casi llora de alegría al reconocer la voz de su padre diciendo que no pasaba nada, que montara. Nadie habló, pero una atmósfera de reprobación se extendió en la sala. Pero Monteagudo no estaba optimista al hacer el resumen. —No —respondió tajantemente Carlos. Tanganika y su escuadra no aceptaban rendirse, Carlos y su pelotón se autoproclamaban vencedores, desde el otro lado del campo llegaban también gritos de victoria y protesta; entonces el teniente Aquiles Rondón gritó, «¡Aquí!», y todos corrieron hacia él formando un semicírculo para analizar el ejercicio. Una tarde terminó la historia llorando, Carlos trató de consolarla y la Caliente comenzó a decirle obscenidades al oído. Carlos estaba pensando en aquel fantasma que recorría países devorándolo todo, cuando recibió una nota de Pablo, «Yo fui comunista para el FBI», y pensó que el muy cabrón nunca dejaría de joder. Tuvo una imperiosa necesidad de movimiento, fue hasta el borde del muro, afincó los dedos de los pies, flexionó las rodillas y saltó al vacío. La descubrió sentada junto a la laguna, de espaldas, y usó la telepatía para informarle a Dick que el objetivo estaba comiendo flores amarillas. Y Carlos supo que por esta vez no se estaba burlando. Carlos se paró, sintiendo que acostado no era posible hablar de aquella mentira, porque era mentira, ¿verdad?, era mentira, dijo, y se agarró de su amigo para disimular la consternación y el mareo. Dentro, se volvió de espaldas a ellos, que comenzaron a orinar a la vez, ruidosamente, con mucha espuma. Biblioteca no había regresado, el Gallego se había ido y él no sabía qué hacer. Resistió los deseos para obtener mayor goce al liberarse y pensó en Gisela. Pero se había olvidado de que competía con él y que él no daba ni pedía tregua. Bajó la cabeza: era obvio que ella tenía alguna prueba de su mentira, y no se sentía capaz de sostenerle la mirada. Hubiera preferido que Pablo le gritara, se fuera, cualquier cosa en lugar de aquella reacción mesurada, tranquila, subrayada por la frasecita, «Eres un inmaduro». Los ruidos del registro se aceleraron. is your daughter? Salvo a Gisela. Otto se quitó la camisa amarillo-canario con decenas de botoncitos de nácar en la pechera. Repitió la última frase y Carlos le acarició las manos, suaves e inesperadamente frías, mientras ella murmuraba, «No se unió nunca, nunca», y recordaba cómo fue dando tumbos de una casa en otra, separada de Ernesta, esperando al padre que iba, cuando podía, a llevarle un puñado de azúcar cande. Y aquel lunes, sin pensarlo dos veces, escapó hacia la zafra donde iba a rumiar su soledad hasta el delirio. Hizo un esfuerzo por regresar a su posición. Se portaron maravillosamente bien hasta el día y hora en que duró la invitación, y después los dejaron solos, sin traductor. Llegó a pensar incluso que ganar otra vez tu amor, vencer los celos, sería su victoria personal sobre lo imposible. Se sintió eufórico, tenía una bomba entre las manos y estaba dispuesto a detonarla. Política de privacidad para el manejo de datos en Gob.pe, Ejecutivo presenta la campaña “Chapa tu chamba” dirigido a jóvenes de Lima Metropolitana. Tenía el ánimo oscuro al esconderse tras un árbol frente al lomerío donde estaban dislocadas las fuerzas de la Tercera Compañía. ¿Quién va a vestir al difunto? Cambió de rumbo diciéndose que era preferible sorprender al Barbero en el momento de escaparse. Lo reventaba la humedad, aquella agua inasible que creaba una leve pátina verdosa sobre las botas y los calzoncillos, sobre el pantalón y la cuchara. No hacía falta más, Gisela, Orozco hablaba poco. Durante una entrevista Merly Morello fue consultada sobre la relación que mantiene actualmente con Jorge Luna y Ricardo Mendoza, conductores de “Hablando Huevadas” tras haber dejado el programa “Chapa tu money”. Ya no más colas en el minúsculo bañito de sus suegros, ni en la pizzería, ni en la bodega; ya no más huevos fritos en el almuerzo y en la comida; ahora, en lugar de cederle su cuota de carne a Mercedita, recibiría la de su madre, que estaba contentísima del diálogo con Felipe y echaba chispas contra Gisela, esa loca que se había atrevido a engañar a su hijo. —No son veinte monedas —replicó Otto—. Al aceptar la presente Política el usuario da su consentimiento previo, libre, expreso e inequívoco y gratuito, para el tratamiento de tus datos personales para las finalidades expuestas anteriormente. En la noche presidió una reunión de la FEU de la Escuela e hizo un informe impresionante de la actividad desplegada: establecimiento de la disciplina en la Beca, impresión de dos decenas de libros de texto, impulso decisivo a las obras del comedor... Benjamín intentó empequeñecer su extraordinario esfuerzo recordando el atraso en el apoyo a la Reforma y en el proceso de depuración, pero Carlos se defendió con una verdad evidente. —Nada, jefe, ni una cuchillita. —preguntó Carlos. Paco lo imitó y Felipe soltó una carcajada resonante que arrastró a Paco. Excitado por esta idea abrió el cajón de la artillería china y hurgó entre la copiosa papelería donde atesoraba los reportes semanales de Xinhua y los folletos de Mao, hasta encontrar el librito sobre las conversaciones de Yenán. Carlos tragó en seco pensando en Alegre, en el abuelo Álvaro, en Chava y en Kindelán. —Ruta, tu pura está daun. Carlos se miró las piernas del pantalón, mojadas, y al alzar la vista dio con la de un policía que dijo, con fingido acento mexicano. No podía ocultarse a sí mismo que salir era una traición y una locura; pero tenía una furiosa necesidad de ver a Gipsy, la remota esperanza de encontrarla en aquel otoño tórrido y siniestro y de encerrarse con ella a hacer el amor, a escuchar jazz y a fumar mariguana. El dependiente tiró un par de botines sobre el mostrador y mordió sus palabras. En las puertas cerradas de barberías, bares, oficinas, talleres y restoranes había cartelitos: «Estamos en Zafra.» Las calles estaban tan desiertas como los polvorientos terraplenes de Sola. Pero desde el principio Carlos sintió que estaba espiándolo, deseando su fracaso, que tras aquel rostro amable, bonito inclusive, cuidadosamente maquillado, se escondía una sonrisa de burla y complacencia cada vez que él desgarraba una cuartilla y la tiraba al cesto. Pero no podía ceder en un asunto de principios, aunque a su madre le doliera: la propiedad era un robo, por algo todos los grandes ladrones eran propietarios. Coreó los vivas de la multitud y pronto sus dudas le parecieron las vacilaciones de un extraño. ¡Descojónalo, coño!» cuando el T-33 picó sobre el bicho, disparó, lo persiguió como si quisiera morderlo antes del choque que ya parecía inevitable, y de pronto esquivó la descarga que estremecía el cielo, las trazadoras amarillas del bicho persiguiéndolo, el pitirre estabilizándose en lo alto mientras el B-26 huía picando sobre el mar y la columna continuaba el avance gritándole a su gallito de pelea, y el Tanga aseguraba, «Por mucho que el aura vuele, siempre el pitirre la pica» y Carlos, «¡La pica, cojones, la pica!», porque el T33 se había montado otra vez sobre el B-26 tocándolo con fuego, desprendiéndole la cabina, sacándole humo, mordiéndolo y picándolo hasta que la candela alcanzó sus motores y el bicho se ladeó estallando en el aire, regando pedazos de planchas y hundiéndose en el mar bajo un gran círculo de fuego del que sacaron fuerzas para llegar hasta la costa y ver cómo los mercenarios intentaban reembarcarse en una arrebatiña por alcanzar las lanchas, y a su avioncito y a la artillería costera bombardeándolas, hundiéndolas, incendiando al buque de transporte, quebrándolo y obligando a los pintos a retroceder y entregarse a las mismas unidades que los habían empujado hasta la playa y que ya los conducían en fila india a los camiones mientras el capitán disponía que el batallón quedara de guardia hasta nueva orden y Carlos se desplomaba de cansancio frente al mar, que ahora estaba tranquilo, como correspondía a una tarde de primavera. Él llevó la mano a los labios y la besó. Dopico echó a andar hacia el cuarto seguido de la negra, gritando que él era un buque-tanque, un petrolero griego de cien mil toneladas, Aristóteles Sócrates Onassis. Bueno, se reintegra cuando la Crisis de Octubre, y eso también debe anotarse en su haber; tiene un accidente que equivalía a una herida de guerra, con todos los méritos que ello implicaba y que no se le iba a escatimar. El lío estaba en que no era así y entonces opinar era también comprometerse, correr riesgos. —Hablo árabe —afirmó—, Felipe. Pero era política, y esa simple palabra bastaba para provocar en su padre un vómito de bilis. Pero pasaron meses, la ocasión no se presentó, se fue resignando y ahora, de pronto, la tenía en el puño porque el Director se había visto obligado a emplazarlo. Sintió vergüenza de ver a un dirigente tan duro como el Mai pidiéndole otra vez excusas y le dijo, «No jodas, consorte», mientras se unía a los que cortaban, clavaban, forraban, quinteaban y rumbeaban porque el ataúd estaba terminado y la conga de los Cabrones se abría paso hacia la calle arrastrando un río de muchachos en cuya punta iba él, con el ataúd sobre los hombros. A su favor podía decir que en noviembre se integró a la Milicia, caminó los sesentidós kilómetros y se fue de su casa. Le molestó el bonche montado por Kindelán, que seguía insistiendo con su compañero, a quien llamaba Carnal Marcelo, acerca de las desventajas de ir a la guerra mandados por un loco. Ahora sí que la zafra había terminado, Gisela, y cuando llegó a la barraca, el Gallo cantó por última vez y él miró por última vez su mancha color borravino, que ahora era un pájaro con las alas extendidas, y por última vez se despidió de ti, Gisela, hasta muy pronto, sin atreverse a pedirte que fueras a esperarlo, porque lo necesitaba demasiado. Ricardo Mendoza y Jorge Luna, conductores de “Hablando Huevadas” también son dueños del canal de YouTube llamado “No Somos TV”, en donde se … Así era la vida. —Voy a volver atrás —anunció Felipe— ; es un asunto, vaya, feo, molesto, pero aquí estamos para eso, para aclarar —se calló como angustiado por la gravedad del problema, y añadió de pronto, en tono casi confidencial—: Carlos, mira, me parece mejor que lo plantées tu mismo, es más limpio. Hay un carajal de cosas que no entiendo. La viuda le había puesto la boina a su hijito, que sonreía como si hubiese recibido un juguete. Se pegaron hablándose, jurándose que los padres no se iban a enterar y deseándose la muerte mientras golpeaban cada vez más lentamente, con menos fuerza, hasta que la madre los sorprendió al amanecer, dormidos y abrazados. Volvió la cabeza. Pero a partir de la conversación con Osmundo comenzó a sentirse insatisfecho con su pasividad, ofendido por el desorden, y cuando estalló la batalla de las botas decidió intervenir. Él era universitario, la Universidad decidiría cuándo y cómo movilizar sus unidades. —gritó el otro, antes de emplazarlo—: ¿Tú sabes que estás prohibiendo a Lam, a Portocarrero, a Antonia Eiriz? Se echó a llorar de pronto en sus brazos, por Dios que no quería irse, por Dios que lo había buscado durante horas... ¿Por qué?, lo miró, dejando la frase inconclusa, como una niña que preguntara los porqué de todo lo terrible entre el cielo y la tierra, y él decidió en ese minuto ir a ver a su padre antes de que empezaran los combates, y la besó sin permitirle que volviera a preguntar, porque sólo podía entregarle su amor como respuesta. —¿Tiene qué? Paco lo secundó como quien no sabe de qué se ríe. No tuvo tiempo de responderse. Atravesó la noche de las guardarrayas y la arboleda sospechando que el daño lo acechaba en cada vuelta del camino, que se estaba condenando con aquella carrera enloquecida que no fue capaz de detener hasta refugiarse en su camastro. —Por mí, que se jodan —dijo Carlos. Sus muertos escucharon el ruego y la promesa, porque Toña apareció en el mismo lugar donde la había perdido, repitiendo sus preguntas y gestos con tal fidelidad que él no supo si el tiempo había pasado realmente o si sólo había soñado su castigo. No tengo ni una perra gorda. Te traje un bisté. Sin perjuicio de ello, ChapaCash no se hace responsable por interceptaciones ilegales o violación de sus sistemas o bases de datos por parte de personas no autorizadas, así como la indebida utilización de la información obtenida por esos medios, o de cualquier intromisión ilegítima que escape al control de ChapaCash y que no le sea imputable. Cierto, pero era necesario recordar, compañeros, que su familia se estaba partiendo en dos y que él se encontraba en medio de un rollo espantoso. —No —respondió ella, separándolo del grupo —, quiero estar contigo, eso es todo. Desde que Gipsy se marchó, con la incierta promesa de regresar, él quedó obsesionado, sin saber qué hacer, hasta que vio Vértigo. Osmundo replicó: —Ésa es una falta de respeto, ¿no te parece? No respondió siquiera a la sugerencia, miró su mocha, sus brazos, y entró al cañaveral como si estuviera dispuesto a comérselo él solo. ¡Es Orozco! No podía despreciarlo. La tensión podía tocarse con los dedos, Gisela, si los hombres no entraban al campo Orozco tendría que renunciar como jefe. Sintió vergüenza de sus pesadillas, de sus vacilaciones, y murmuró, «No soy un obrero», diciéndose que quizá se trataba de una cuestión de clase, deseando que ésa fuera la explicación total del problema para sentirse relevado de su responsabilidad. «Confiamos en que la pureza de nuestras intenciones nos traiga el favor de Dios para lograr el imperio de la justicia en nuestra patria.» Estaba arremetiendo contra los censores, preguntándose si sería posible, compañeros, si seríamos nosotros tan cobardes; si podría llamarse marxismo semejante manera de pensar, socialismo semejante fraude, comunismo semejante engaño, y repitiéndose que no, mientras Carlos huía entre las gentes, jadeando como si se asfixiara. Mikoyán avanzó hasta la base de la estatua de Martí y colocó una corona de flores. Su piel tenía el cálido color tostado de ciertas maderas; puso Star dust, y la melodía pareció ceñirle lentamente las nalgas. Se preguntaba adónde ir, qué hacer cuando terminara el curso, y las respuestas lo conducían a estrellarse contra un muro de nuevas preguntas que resolvía en sueños, padre estaría vivo, Gisela le diría que sí, Jorge habría cambiado, su madre estaría orgullosa de él, no habría guerra, se casaría con Gisela y se irían juntos a Cunagua. Junto a una escalera circular decía Gentlemen. —Ahora no puedo —dijo consultando su reloj —, tengo una reunión con el Decano. Pero ahora, cuando la Banda Gigante empezaba su ensayo y se escuchaban las voces de los saxos altos y bajos tenores, y el trombón de vara mugía, bramaba suavemente, y las trompetas sajaban el aire tenue y frío de la noche, y ya era seguro que tan sólo unos minutos más tarde, cuando los fuegos artificiales quemaran la noche, Bartolo, Belisario Moré, el Benny le diría a una mujer, le cantaría suavemente al oído, vidaaaaaaa..., ahora precisamente Carlos volvía a soñar con Gipsy, le tomaba la palabra al Benny para rezarle a Gipsy, desde que te conocí no existe un ser igual que tú; ahora, cuando el cabezón de don Roberto Faz pasaba bajo la marquesina y Pablo y Berto y Dopico salían del auto y encontraban un carajal de amigos y conocidos y todos maldecían aquel maldito año 58 y en un dos por tres armaban un coro descomunal en plena calle dando vivas al 26 de Julio y a Cuba Libre; ahora sólo faltaba verla allí, esperándolo, para que el mundo, su mundo, estuviera completo. —preguntó, mostrándoselo. Su padre había experimentado una leve mejoría, hablaba en voz muy baja, pedía las cosas por favor y no hacía comentarios hirientes sobre política, como si la cercanía de la muerte hubiese dulcificado su carácter. —Ese tipo es un hijoeputa —dijo él. Era un lindísimo final. Carlos callaba avergonzado de no saber, pero ella no le permitía concentrarse en su vergüenza, ahora reía, le contaba su quehacer en la milicia y reía de cómo llevaba el paso en las agobiantes marchas, un, dos, tres, cuatro, comiendo mierda y rompiendo zapatos, pasaba de la risa a la ira porque en la OEA se tramaba una maniobra contra Cuba y otra vez a la risa al contarle que Roa había calificado al canciller yanki de «concreción viscosa de todas las excrecencias humanas». Estuvo una semana recordando la nota intensa que cogieron, el modo fuerte en que bebía Gipsy, su negativa sistemática a verlo en otro lugar que no fuera el Casino, su terca repetición de que él no conocía a Helen, no sabía de lo que era capaz Helen, no sabía con quién andaba Helen, y sobre todo, su certeza siniestra de que acabaría matándola. Bueno, se esperaran, olvidaba una cosa, no había participado en la Limpia del Escambray porque no estaba en la unidad de combate, ni en la Campaña de Alfabetización porque era universitario. Las madres, aterradas, recogían a sus hijos temprano, decretando en el barrio un virtual toque de queda. De regreso al central, el Capitán decidió que Alegre debía ir a La Habana para que psicólogos e ingenieros de la Universidad estudiaran el caso, y el loco designó a Carlos como custodio de su calavera. Al fin comenzaría la venganza que le daría pie para asumir, públicamente, la responsabilidad de los errores que seguramente había cometido. No le era posible determinarlo. Webtu entrada Clic aquí para saber más 30 Abril 20:00 olaya sound system por primera vez en pasco ... Inicia el 1 de noviembre de 2022 culmina 2 de noviembre de 2022. —Allá. Yo te quiero ahora. Subió y bajó corriendo la colina que estaba frente a la carretera. En los descansos del día se dedicaron a escribir a sus familias y a comentar la leyenda de Aquiles Rondón, a quien habían empezado a llamar Panfilov por el legendario defensor de la carretera de Volokolamsk. Quiso echar a correr pero Toña lo detuvo, y en el abrazo cayeron a tierra, y allí ella le rogó temblando que por favor no huyera porque, entonces, el daño los confundiría con los ladrones de tumbas, esos que robaban los dientes de oro de los cadáveres, y los condenaría a la tortura de las ánimas desdentadas; morder espinas hasta el fin de los tiempos. Las consultas recibidas serán evaluadas y contestadas en un término aproximado de 48 a 72 horas hábiles. No entendieron que tampoco los quisiera. Carlos echó hacia atrás la silla y el ruido de la madera contra el piso le sonó a un sacrilegio. Había ido midiendo el Terraplén de la Ruda y no le parecía tan terrible, una estera de polvo blanco, llena de curvas, en medio de un campo irregular. —Putamichulo —dijo Fanny, y le metió la lengua dentro del oído. Se había roto el corojo, ¿a quién se le ocurría botar un tren de caña en plena zafra sino a un gusano?, el gordo Epaminondas, como Jefe de Fabricación, era responsable de los bajos rendimientos, y tal vez de algo mucho peor. ¿Tú lo sabías? Cuando se separaron, Paco estaba llorando. Pero en la milicia no se podía renunciar, pedir perdón, moverse, ni hablar siquiera sin permiso, según le quedó claro desde el primer día del curso, cuando llegó desorientado, junto al Gallego y a Kindelán, al inmenso polígono donde las órdenes restallaban como látigos. Pero no, entonces era Iraida y las cosas podían haber ocurrido de otro modo: si, por ejemplo, no se hubiera acostado con ella, tampoco habría sido separado de la Juventud, ni acosado a Gisela, ni sufrido el tormento de los días ciegos que lo cercaron después; ¿pero de dónde, sino de aquella desesperación, sacó fuerzas para irse a la zafra? Allí encontró una toalla con olor a ella, orinó tratando de no hacer ruido y regresó a la oficina. Hubo sólo un siseo, un alarido de Jorge; Rosalina se estaba orinando. Kindelán lo ayudó a armar la hamaca, Carlos se sintió incapaz de dejar el fusil solo, colgado de un árbol, cogiendo sereno, y se durmió junto a él mirando las pavesas mientras pensaba que después de todo había valido la pena. Aún así, estaba bastante mejor que su hermana. 10 Apoyó el brazo izquierdo en el fango y levantó la cabeza por sobre la yerba de guinea. WebCarlos la miró entre aterrado e incrédulo, y ella le prometió llevarlo a ver el fuego eterno de las ánimas penitentes que se calcinaban en el camposanto, los jinetes sin cabeza que … En principio tendrían todos una guardia esa noche. Y entonces, desde la cima de la exaltación, volvía a hundirse. Era un negro retinto, casi azul, parsimonioso, que arrastraba levemente la erre. Había visto mil veces aquella escena, pero nunca le había irritado como ahora, delante de sus socios. Detuvo el gesto, que no era posible ya después de aquella grotesca intervención, y miró hacia arriba con el odio del que busca a quien le ha pegado a traición un garrotazo. El Presidente recorrió la asamblea con la vista, preguntó si había alguna otra opinión, alguna otra pregunta, y Carlos se sintió suspendido en el vacío cuando lo oyó decir: —Bien, compañeros, entonces vamos a votar levantando la mano: primero los que estén a favor, después los que estén en contra. Entonces Jorge empezó a cantar el tema y los cuatro entraron al Kumaún como los pistoleros a las tabernas en las películas del Oeste. Utilizó tres para llegar de Camagüey a La Habana viajando de favor en carretas, camiones, yipis y en aquel tren, lentísimo y oscuro como la tristeza, que se detenía en todos los apeaderos y en todos los chuchos. Le contó a Pablo aquella historia sólo por darse el gusto de decir que él era el James Stewart de Cubita bella, pero el muy pendejo repitió el cuento entre risitas y los ojos de Jorge brillaron como los de un gato al decir que esa noche todos los Bacilos vacilarían a Fanny, para que Carlos aprendiera a no enamorarse de una puta. —En un final, eso es de hombres —dijo Carlos. —masculló el dependiente. El agua era fría y abundante y le refrescaba la garganta y le corría por la cara y el cuello. La página web donde registrar los códigos de tus tapas es www. Era un hombre de carácter impredecible, que conocía cada tuerca del central desde los tiempos en que se llamaba Sola, y ahora andaba turulato con las inversiones. —Allá no se meten contigo, si eres blanco. Carlos tuvo que interponerse para evitar que la mujer le pegara a su madre, pidió excusas, dijo, «Mamá, por favor», mientras una voz aséptica informaba, «Pan American anuncia la salida de su vuelo cuatro cuatro tres con destino a Miami. Desde el principio sintió que los separaba una distancia tan grande como la que había entre su pijama y aquel uniforme de Maestro Voluntario, entre su cuarto cerrado y la montaña. Atrás habían quedado la charada, el horóscopo y las barajas, instrumentos de ciegos; atrás los bembés y las creencias de su infancia, sucedáneos de sordos. Quedó en silencio mirando los centenares de guayabas regadas en el suelo, pensando que el suyo había sido en verdad un pobre premio para una alumna tan aplicada. La pregunta es clara, qué debemos hacer, ¿esa pregunta es irracional? Camilo.» Carlos entró preguntándose qué irían a hacer allí, por qué el soldado de guardia había llamado al médico Archimandrita y éste le había respondido con la señal de la cruz. Desde la cúspide, adonde había cometido el error de subir presionado por los insólitos gallegos, Carlos miró el océano de caña y las grises estructuras de la fábrica y sintió un miedo atroz. Eso era lo que le pasaba. No le daría nombres, pero le explicaría claramente las cosas. Eso le creó como un complejo, ¿no?, una insatisfacción consigo mismo. Cuando estuvo seguro gritó, «¡Al salto!», y su pelotón emergió desde el fango corriendo hacia el mando enemigo. —Éste habla japonés —afirmó Felipe. Luego le pidió a Osmundo que lo dejara solo y se quedó sentado hasta la madrugada en la enorme escalinata vacía. En el suelo sintió que le ardía la cara y que estaba empapado de sangre, agua, orina, sudor. Estuvo días sin atreverse a leerlo. Al principio, el MER se opuso a la pelea porque la izquierda gobernaba y debía hacerlo responsablemente, sin broncas, pero a los letreros de «Carlitos meloncito», que habían aparecido en todos los baños, se agregó de pronto un «Mariconcito» que ya no fue posible tolerar. Mirándolo operar se dijo una y otra vez que así debían ser los físicos, esos magos modernos, limpios, atildados, tan sabios que estaban a miles de kilómetros de la gente como él, que no tenía otro horizonte que la zafra. Para muchos ha sido una sorpresa que Emilram Cossío haya aceptado ser parte de “Chapa tu money”, el primer show de impro y humor en el que … Reaccionó con el trajín de la gente vistiéndose y empezó a hacerlo también, atontado todavía por el sueño. Héctor le ayudó a sentarse. Al despertar pensó de nuevo en fugarse, pero desistió: era Gisela quien tenía la obligación de ir a verlo, como hacían las mujeres de sus compañeros, como habían hecho siempre las mujeres. EN CASO DE ACCIDENTE AVISE A UN SACERDOTE. Aquella decisión apocalíptica le dio ánimo durante los nueve días, febriles en que el pueblo se mantuvo en las calles de ciudades, caseríos y bateyes, dispuesto a todo, y logró al fin la liberación de sus hermanos. Se atrevió a acercarse al fogón; en el caldero renegrido sólo había agua hirviendo. Sin embargo, su lado oscuro insistía en recordarle que abril era el mes más cruel y mayo el más terrible, ¿cómo podrían reducir el atraso bajo las lluvias? La arenga les llegaba con estridencia desde un amplificador situado sobre el salón de billares. No era cobarde, ni vago, ni bruto, y sin embargo yacía en la nada mientras el Mai, por ejemplo, estaba peleando en algún lugar del mundo, según le había dicho Héctor al encontrarlo casualmente en la calle, entero él mismo, campana, pinchando, muy contento de enterarse que Carlos era Secretario del Comité de Base de la Juventud y jefe de Sección en el Centro de Estudios Internacionales, le dijo y lo abrazó y se fue sonriendo, tal y como reapareció meses después, en la foto de Granma, sobre la noticia de que había muerto combatiendo por la libertad en algún lugar de América. se detuvieron junto al muro gris de la trocha. —Esperando por ti —dijo Pablo con ironía. Pero no se dejaría arrastrar por la provocación, le partiría la cara a Roal Amundsen en silencio. Entonces, desde la perspectiva de la muerte, descubrió a su hija golpeando el cristal del ataúd, llamándolo como él había llamado una vez al abuelo Álvaro, y bajó el arma. —No —dijo Jacinto—. —¿Tan lejos? Nos encontramos trabajando para ofrecerte el mejor servicio. —Voy a ver a Berto —dijo Pablo de pronto, echando a correr. Empezaron a correr rumores de que los negros atacarían raptando blanquitos para ofrendar sus tiernos corazones a los bárbaros dioses del fuego, de que violarían a las blancas en los aquelarres del Bembé. —¿Y no sería, compañero, que esa ilusión de que eras un héroe se manifestaba todavía en rasgos de autosuficiencia? Los dejó caer con rabia, no era posible que en todo un fin de semana Roal Amundsen, Francisco y Osmundo hubiesen dicho solamente cinco malas palabras. Media hora más tarde Carlos se detuvo frente a la puerta de un apartamento en Miramar. Su suegra lo acompañó hasta el cuarto diciéndole, «Quiéremela, hijo, cuídamela», y él cerró la puerta tras sí e hizo un gesto de desamparo al ver el miedo reflejado en el rostro de Gisela. Las palabras de Merly Morello fueron las siguientes: “Yo de Ricardo y Jorge realmente prefiero no opinar mucho (…) en ‘Chapa tu money’ hay muchos límites dentro de todo igual, porque, pues mi moral no va a cambiar jamás, pero sobre su chamba prefiero no opinar porque no es mi tema”. Hablemos. Debía tener ya el daño adentro porque los cantos se le mezclaron de una forma nueva en los oídos, «Hay vida Shola hay vida Anguengue hay vida Anguengue Shola en Jesús!». De pronto deseó que el desastre ya hubiera ocurrido y estar otra vez picando caña, sin más responsabilidad que la de levantar el brazo y descargarlo sobre el plantón inerme. Le indicó silencio con el dedo, pero ya Nemesio se había dado cuenta y avanzaba hacia él. —Encendió la luz y les mostró un centenar de picos y palas tan pequeños que parecían hechos para enanos—. Se desvanecía flotando en aquel caldo insoportable de sudores hirvientes para despertar horas después mordido por un frío punzante en los huesos. —Pues sí —murmuró Paco—, pero el mundo..., al mundo no hay Dios que lo cambie. —Es el día del Señor —dijo la vieja. Nunca, desde el divorcio, habían vuelto a entenderse. ¿Choes? Si el abuelo Álvaro estuviese vivo despertaría a Carlos frotándole el bigote en la mejilla, e indicándole con un dedo que se callara lo llevaría cargado hasta el patio, y en medio de aquella luz blanquísima que bajaba desde el cielo al jagüey y luego a su camisa, le diría, «Es la una, ahora mismo». Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis dirigieron el montaje con una meticulosidad abrumadora. Se tendió a su lado y él no supo qué responder y se respiraron un rato en silencio. —chilló el punto. —¡Mentira! Entonces lo asaltó la idea de que el abuelo Álvaro podría estar viéndolo llorar como un pendejo, y se tragó los gritos, las lágrimas, la sangre, como lo hacían, sin duda, los mambises moribundos en el fondo de la manigua. Durante horas flotaba desmadejado en una especie de niebla tórrida, tras la que veía a Evarista afanándose con compresas, cocimientos y rezos al Señor por la salud del enfermo. Desde el día en que lo nombraron administrador, Pablo y el Negro insistieron en que debía ocupar parte de su tiempo en atender a la gente del batey, y de esta obligación nació su hábito de escuchar y proteger a Alegre, que ahora hablaba inspirado de campos, diodos y corrientes alternas mientras dibujaba esquemas sobre un papel de estraza. Se adelantaron tres minutos. Al inclinar la cabeza, el pelo le cubrió la cara y ella se lo alisó, descubriendo sus axilas sin afeitar. Se dedicó a limpiarlo lentamente, minuciosamente, hasta verlo brillar. El gallego los condujo a un café y empleó tres dedos y una palabra para que les sirvieran coñac. La orquesta de los Hermanos Castro repetía Hasta la reina Isabel baila el danzón y la Rueda había empezado a moler, pero ellos no querían acercarse a la pista. Mientras regresaba a la oficina, pensó que ya debía haber aparecido una solución inglesa o cubana y nadie le preguntaría siquiera qué había dicho el loco. Buscando compañeros que hubiesen hecho la caminata junto a ellos descubrió casualmente a Rubén Permuy. —Asere —dijo, y su voz le resultó a Carlos más desagradable que de costumbre—. —gritó Carlos. Los vio alejarse deseando seguirlos, imaginando ser lo suficientemente fatal como para que lo de las francesas en cueros fuera verdad. Incluso Osmundo comenzó a permitirse ciertas ironías. Ella volvía machaconamente a sus viejas gastadas preguntas, y sí, mamá, lo sabía, pero esas torturas y esos muertos no tenían nada que ver con él, le había jurado una y mil veces que no estaba metido en nada, por lo más sagrado, sólo quería llegarse hasta el Casino a oír un poco de música, otra música, ¿sabía?, porque ya estaba harto de aquella cantaleta. Su madre había salido vestida de negro, con un sufrimiento seco en las pupilas, dispuesta a ocuparse de todo. Ella nunca había comido helados. La comida era frugal, pero sabía a los mejores recuerdos de su vida. Al principio hubo un equilibrio moroso y estable. Manolo lanzó una carcajada al agarrar su botella, bebió la mitad de un golpe, ¿creía que había ido a pasear allá abajo?, se limpió los labios con el dorso de la mano e hizo espacio para que Julián se sentara a su lado, si José María hubiera visto, hasta radio tenían esos negros, ¿pensaba pasarse la vida con su sueldo de cigarrero?, un sueldo, aunque fuera bueno, era un sueldo, ¿por qué no se decidía?, ¿iban al 50 por 100, eh?, ¿empezaban con doscientos pesos de capital, cien cada uno?

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